La crisis en la interpretación de la crisis

En el marco de una crisis que discurre en varios frentes a la vez, desde la política al ambiente, se intentan muy diversas interpretaciones, y se apuesta a posibles vías de salida. Esas condiciones son a veces tan acuciantes que ocultan otra crisis más profunda, no siempre entendida y muchas veces relegada: nuestros modos de entender, sentir y analizar estas crisis, también están colapsando. Dicho de otro modo, estamos en una crisis de interpretación dentro de esa otra crisis multidimensional.

Quisiera fundamentar esta preocupación apelando a un par de breve ejemplos, donde la mirada desde América Latina, desde esa “esquina en el sur”, ofrece algunas ventajas. Y a la vez dejar expresada una intencionalidad para futuros aportes: esta crisis es tan pero tan compleja, entrelazada y persistente, que requiere de nuevas miradas, romper con viejos esquemas y buscar alternativas atrevidas para abordarla.

¿Cuán global es una crisis global?

En los últimos años, y en especial después del derrumbe que se inició con el colapso de los esquemas financiarizados en Estados Unidos, en 2007, se ha escrito y hablado sobre una “crisis global”. Está muy presente en países como España, ya que fue arrastrada por aquella debacle, junto a otras naciones, como Irlanda o Grecia.

Pero habría que preguntarse por qué una crisis en algunos países industrializados debe ser calificada como “global”. A los ojos de muchos en el Sur, no había nada de “global” en ella. Es que varios países en otras regiones no fueron muy afectados, y por el contrario, disfrutaron de altos precios en las materias primas, logrando un fuerte crecimiento económico (como ocurrió en buena parte de América Latina).

No puede olvidarse que las crisis pasadas que afectaron al sur siempre tuvieron nombres regionales, como el “efecto Tequila” iniciada en México en 1994 o la crisis del “sudeste asiático” de 1997 que se difundió desde Tailandia, pero como no afectaban a los países industrializados no se las rotulaba como “globales”. Eran, por el contrario, problema de mexicanos o asiáticos.

En cambio, cuando hay una crisis estadounidense o europea está pasa a ser calificada como “global”. La situación en el resto del planeta parece quedar en segundo plano, y darle ese toque planetario. Y sin duda sirve como fuente de legitimación para medidas políticas y económicas que en otras condiciones serían cuestionables, como la imposición de esquemas de austeridad.

Consecuentemente, una crisis será llamada “global” no tanto por los espacios afectados, sino como resultado de quienes tienen el poder para imponer ese calificativo. O sea, lo global en la crisis en buena medida sigue dependiendo de las asimetrías en el poder internacional y de los saberes expertos que son sus ecos. Este es un primer ejemplo de las limitaciones e incapacidades que padecemos para poder analizar las actuales crisis.

No dejo de reconocer que estamos ante una crisis, aunque debería ser caracterizada de un modo distinto a cómo se describe corrientemente la “crisis global”. Los problemas no se inician ni se reducen a lo que desencadenó el colapso bursátil de Estados Unidos, sino que tiene raíces profundas en cómo se entiende el desarrollo. Es así que así como hay severos problemas en Grecia o España, también se encontrarán otros en Colombia, Nigeria o Tailandia.

¿Cómo interpretamos el sur?

En el marco de la crisis en el norte se mira al sur en general, y América Latina en particular, como fuente de ejemplos, sea para evitarlos o seguirlos. Es comprensible que cuando uno está inmerso en problemas severos, busque las vías de salida más cercanas, y el sur es una cantera de muchos ejemplos.

Pero muchos de esos ejercicios vuelven a dejar en evidencia esa otra crisis en las formas de interpretar y analizar los que nos rodea. Algunas expresiones son muy burdas. Una de mis fuentes favoritas es la líder del PP madrileño, Esperanza Aguirre, que tiñe de comunismo a cuanta cuestión sudamericana no le gusta. Es obvio que calificar de comunismo al régimen de Chávez en Venezuela es saber poco y nada de lo que pasa en ese país, cómo sobre qué es el comunismo.

Las tiendas ideológicas contrarias no están exentas de este problema, y allí las sensaciones son agridulces. Lo dulce está en valorar la relevancia que se le da a los ensayos de alternativas en nuestra América Latina, pero lo agrio radica en que no son pocas las veces en que se cae en simplismos y deformaciones, sea en un sentido o en otro.

La reciente entrevista al filósofo italiano Tony Negri, que le realizara Pablo Iglesias (en su rol periodista) tiene lo dulce, ya que Negri es una persona interesante y muchos de nosotros sin duda comulgaremos con ese espíritu de enfrentar el capitalismo o buscar otras opciones desde las clases populares. Pero en las referencias de Negri a lo que sucede (o sucedió) en América Latina hay muchos errores, simplificaciones y superficialidades. Es esto lo que deja el sabor amargo.

Negri, por ejemplo, dice que “Bolsa Familia”, el enorme programa de ayudas monetarias mensuales a los sectores más pobres, es un “fenómeno revolucionario absoluto” del gobierno Lula da Silva en Brasil. En realidad, el sistema de pagos en dinero, mes a mes, no es una invención de la gestión Lula, y tiene una historia mucho más antigua. Comenzó a usarse en México muchos años antes, y bajo el amparo del asistencialismo del Banco Mundial. Programas de ese tipo de difundieron por toda América Latina, y en Brasil lo implantó el gobierno conservador de Fernando Henrique Cardoso. La administración Lula centralizó varios programas separados y le dio un enorme alcance hasta llegar a beneficiar a 14 millones de familias en 2014.

No estoy diciendo que esa ayuda financiera a los sectores más pobres no sea importante. Pero, ¿eso es revolución? ¿Enfrentaremos la crisis con esquemas de pagos mensuales?  Preguntas como estas justifican que estos mecanismos de asistencialismo financiarizado se encuentran bajo fuertes debates en América Latina. No me refiero a las críticas de sectores conservadores, que se desentienden de cualquier instrumento de justicia social, sino que aludo a discusiones en el seno de la izquierda y el progresismo, que parecería que Negri ignora a pesar de sus visitas a nuestro continente.

Se debate, por ejemplo, que ese instrumento económico deja relegadas otras dimensiones de la justicia, como por ejemplo las referidas a vivienda, educación o empleo. La justicia social se encoge sobre una justicia económica distributiva primero, y luego, sobre un mecanismo de asistencia financiera. Eso genera situaciones raras, como ocurre en Brasil, donde si se mide la calidad de vida por la propiedad de teléfonos móviles hubieron notables mejoras, pero si se examina el acceso al agua potable o el saneamiento,  se padeció un estancamiento.

A su vez, gobiernos como el de Lula da Silva, usan esos pagos mensuales para fines muy distintos a la justicia social, como es generar adhesiones electorales en sectores populares que antes les eran esquivos, y compensar así la pérdida de votantes entre los militantes clásicos (de clase media, urbanizados).

Por todo esto, cuando Negri dice que Bolsa Familia ha sido “revolucionaria”, ese calificativo rechina en los oídos del sur. Para muchos militantes sociales brasileños, mecanismos como Bolsa Familia y otras compensaciones económicas, no sólo no son revolucionarias, sino que se han convertido en instrumentos de desmovilización ciudadana y resignada aceptación de impactos urbanos y rurales, mientras el gobierno apoyaba grandes empresas. “Te contamino, pero te pago cada mes un dinerito” – es lo que muchos de ellos viven.

Hago aquí una pausa para reconocer que exagerar la bondades del progresismo sudamericano, o incluso llamarlo revolucionario, puede ser comprensible en Europa. Enfrentados al desolador panorama de los gobiernos como el español, alemán o italiano, ejemplos como las de Lula da Silva y otros progresistas del sur, significarían un avance enorme ante tanto conservadurismo. Si a uno le obligan a escoger entre un Lula o un Rajoy, dígame, ¿con quién se quedaría?

También sabemos que las simplificaciones pueden ocurrir cuando se mira desde afuera a otro país o un continente distinto. Sin duda nos sucede a nosotros, desde América del Sur, cosas similares cuando opinamos sobre el declive del Partido Popular o la novedad que pueda encerrar Podemos.

Pero de todos modos, estos ejemplos muestran que persiste el problema de instrumentos y conceptos analíticos insuficientes o limitados en entender la crisis, en identificar opciones a seguir o evitar, y así sucesivamente. Se cae en visiones simplistas y no se las contrasta con lo que realmente ocurre en la sociedad o el ambiente.

Limitados ante el desborde

Es cierto que estamos inmersos en una crisis. Pero en ella se encuentra otra: las limitaciones, e incluso los colapsos, en las formas por las cuales reconocemos, entendemos o analizamos esas crisis. No sólo hay problemas en las políticas y economías de los países, sino que hay unas enormes dificultades en cómo los economistas, sociólogos, los políticos, los militantes y la sociedad en su conjunto, intentan aprehender todas esas problemáticas.

Es algo así como una limitación epistemológica, ya que los esquemas de análisis, comprensión y sensibilidad, parecen incapaces de asir las dinámicas sociales y económicas de situaciones que nos desbordan. Apenas nos contentamos con lidiar con sus destellos, sus vértices más agudos, incapaces de disecar los detalles o hurgar en sus esencias. Es que los mecanismos y conceptos de análisis convencionales son parte de un mundo, de una forma de entender las cosas, que se están resquebrajando.

Bajo este contexto de una doble crisis, una global que incluye además una de entendimientos, esta “Esquina Sur” intentará avanzar en los dos frentes a la vez. Por un lado, entender mejor la crisis contemporánea, buceando en las variedades, los matices y las contradicciones, y en particular aquellas que surgen de América Latina y son interesantes para los debates europeos. Por otro lado, rescatar otros modos de descubrir, interpretar y analizar todas estas crisis, las nuestras y las suyas.

Eduardo Gudynas

Ecólogo social, más militante que académico, e interesado en las alternativas al desarrollo en América Latina. Investigador en CLAES (Centro Latino Americano de Ecología Social), desde donde acompaño movimientos y organizaciones sociales en distintos países. Docente invitado en universidades e investigador asociado de la Universidad de California-Davis. Columnista y bloguero en distintos medios latinoamericanos.

Eduardo Gudynas
Ecólogo social, más militante que académico, e interesado en las alternativas al desarrollo en América Latina. Investigador en CLAES (Centro Latino Americano de Ecología Social), desde donde acompaño movimientos y organizaciones sociales en distintos países. Docente invitado en universidades e investigador asociado de la Universidad de California-Davis. Columnista y bloguero en distintos medios latinoamericanos.

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Sobre este blog: Alternativas y cambios desde el Sur global