«Canto yo y la montaña baila», de Irene Solà

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La frase del premio nobel islandés Halldór Laxness que Irene Solà elige como cita inicial de su novela Canto yo y la montaña baila (Canto jo i la muntanya balla, en su edición original en catalán) ya nos anuncia la supervivencia del valle, todavía habitado de pasado y espectros, pero donde el sol marca la importancia del ahora, del presente.

Estamos en los Pirineos, entre Camprodón y Prats de Molló, zona de alta montaña y frontera que en la memoria va unida al recuerdo de un exilio doloroso y brutal, de una guerra que dejó restos de granadas y balas reposando en sus bosques. Artefactos que una niña recoge, sedimentos del pasado sobre los que reverdece cada primavera.

En medio de tantas visiones distópicas y catastróficas ante la pérdida del patrimonio natural y el deterioro de los ecosistemas, la novela se erige en canto a la relación armónica del ser vivo con su entorno. Desplaza la visión antropocéntrica para mostrarnos a seres que habitan la montaña y se comunican como iguales. No se trata de dominar, sino de la sucesión de ciclos naturales: el abono de la materia inerte vuelve a dar la vida. “Porque siempre hemos estado aquí -dicen las trompetas negras (un tipo de setas)- y las esporas de una son las esporas de todas. La historia de una es la historia de todas”.

La narración deja a otros seres vivos no humanos tomar la palabra, haciendo que en ellos también repose el punto de vista. La montaña omnipresente, testigo no siempre mudo del transcurrir del tiempo, prefiere el silencio, aunque deja clara la insignificancia de la existencia de animales y personas. Las ha visto morir siglo tras siglo. Vivir cerca de la montaña dimensiona esta pequeñez y hace que la vida y las pasiones cobren más intensidad. Quizás sea el conjunto lo que dote de sentido.

Empiezan hablando las nubes. “Son gente poderosa” diría Dersú Uzalá. Domènec lo sabe, sabe lo que significa que en medio de la montaña te agarre la tormenta. Había salido de una casa que le pesaba y quería probar los versos entre esos testigos inmutables de piedra, pero el rayo hace su aparición, inunda de luz y de belleza el drama, y después la vida sigue.

La naturaleza no entiende de censuras ni de leyes humanas. Sigue su curso y es generosa con quienes la entienden. Los espíritus de las mujeres del agua se han quedado a vivir en el bosque. Reivindican la risa y la alegría. Las colgaron por brujas. Sus cicatrices las absorbió el paisaje. Los torturadores infames desaparecieron.

La libertad es el enemigo de la dominación y para reprimirla los hombres se inventaron a un dios malo. Un dios a cuya maldición acudió un rey para impedir que sus hijas se casasen con infieles convirtiéndolas en montañas. Él había impuesto que lo hicieran con príncipes cristianos. La propia Pirene, que da nombre a los Pirineos, fue quemada viva por Gerión y después cubierta con piedras. Las montañas están ahí recordando la historia de la intolerancia humana, de la permanencia de una tradición muchas veces excluyente, de la violencia masculina.

La realidad también engloba todo aquello que no se comprende. La leyenda da explicaciones que desbordan sus límites. El presente sugiere. Los sentimientos humanos van apareciendo, a veces anudados, otras fluyendo. El paso del tiempo lo mueve todo, nada permanece.

Cierra el relato la historia de Mia, la hija de Domènec, el hombre al que le cayó un rayo azaroso, “porque los rayos van donde se les antoja”. Jaume va a verla después de veinticinco años. Se ha cruzado un corzo en su camino y los miedos han vuelto a instalarse en los procelosos nudos de los sentimientos. Él disparó y su mejor amigo se convirtió en fantasma que componía versos.

El pasado marca lo que sucede, el devenir no se detiene, pero el lenguaje también desafía la inercia del acontecer. El ser humano tiene la palabra y ésta es tan poderosa como los rayos. Palabras que–como la propia Irene Solá escribe- “se pueden decir seguidas, como una cuerda”, otras “se encienden como bengalas”, otras queman, otras mejor arrancarlas… Pero todas se pronuncian mientras los ciclos naturales transcurren y mientras la montaña sigue ahí, bailando.

 

La versión en inglés de esta reseña puede leerse en EUPL reviews.

 

 

Raquel Martínez-Gómez

Me siento del Sur. Las palabras no solo las define la geopolítica. Escribo ficción porque creo en el poder transformador de la literatura. Abogo por las formas culturales no dominantes, las actitudes solidarias y la ética del cuidado frente al egoísmo y codicia universales.

Raquel Martínez-Gómez
Me siento del Sur. Las palabras no solo las define la geopolítica. Escribo ficción porque creo en el poder transformador de la literatura. Abogo por las formas culturales no dominantes, las actitudes solidarias y la ética del cuidado frente al egoísmo y codicia universales.

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