Una de las sensaciones más desconcertantes que me acompañan desde que habito el mundo de las organizaciones sociales es la de estar atrapado en una constante contradicción. Los procesos sociales, políticos, económicos y culturales necesarios para lograr las transformaciones deseadas por numerosas organizaciones no son, en ningún caso, inmediatos. Responden, por regla general, a largos y complejos procesos que exigen una actuación estratégica y colectiva y, reconozcámoslo, a numerosos factores que escapan a nuestro control y seguramente a nuestro entendimiento.
Así pues, largo plazo y acción colectiva debieran ser dos horizontes en los que se enmarcara la acción de todas aquellas personas y organizaciones involucradas en la transformación para el cambio social. En el mundo del desarrollo, la cooperación internacional y los derechos humanos parece que así lo hemos entendido. Al menos han sido nociones a partir de las que, racionalmente, hemos concebido nuestro trabajo.
Pero como decía, la contradicción está muy presente en nuestro comportamiento y las estrategias, las aspiraciones y la identidad de las organizaciones (y de las personas que las formamos) se alejan demasiado a menudo de aquellos lugares a los que la razón nos sugiere dirigirnos.
Dos elementos me preocupan de manera destacada en esta disociación entre los objetivos colectivos y a largo plazo, y la acción de muchas organizaciones: las lógicas (seguramente interdependientes) de la inmediatez y de la atribución de resultados que nos lleva, a menudo, a confundir productivismo con relevancia. Paradójicamente, cuanto más cometemos ese error, cuanto más lo interiorizamos y la naturalizamos, más irrelevantes nos convertimos para el objetivo de la transformación social.
El éxito, la relevancia, no se pueden medir por la cantidad de cosas que hacemos (cantidad de seguidores en las redes sociales, cantidad de menciones, cantidad de procesos que seguimos independientemente de cuál sea nuestro papel en ellos…). La imagen de “enorme producción de actividad”, puede enmascarar una exigua producción de sentido. No debemos asumir ese marco intepretativo o, eso sí, nos conducirá a la irrelevancia como actores para la transformación social.
Participar en este blog en el proyecto colectivo “Otro mundo está en marcha” es la oportunidad de desprenderme, aunque sea solo un poco, por unos momentos, de esa sensación de contradicción. Esa es una de las razones fundamentales para supera la inicial mezcla de pereza (ya sabemos, el productivismo nos tiene metidos en muchas actividades) y pudor que me hicieron plantearme rechazar tan amable invitación.
Después, una vez más la razón (y creo que también la intuición) me decían que era una oportunidad inigualable para poder expresar con total libertad análisis, reflexiones y pensamientos (propios y ajenos) que otros formatos ―rígidos como el académico o inmediatos como el del análisis político― no permiten.
Y, honestamente, la razón más importante (también la más inconfesable) es que nunca supe decir “no”. Cómo iba a hacerlo en este caso, a un proyecto tan hermoso, y con semejantes compañeros y compañeras de viaje. Además me dejaron elegir el título.
Pues aquí estamos, en la contracancha. Por favor, sean pacientes…
Julia Espinosa Fajardo
Grande Nacho! A seguir compartiéndonos reflexiones para el cambio social 😉 Coincido contigo en la distancia entre los ritmos de la acción colectiva y los objetivos que pesigue. Los procesos de transformación son lentos pero estoy convencida de que, poco a poco, las ideas acaban aterrizando y más siendo conscientes de la necesidad de poner en el centro la sostenibilidad de la vida y no los ritmos que, con frecuencia, van en su contra. Me alegra leerte. Me alegra conocer vuestra iniciativa. Abrazos desde el Sur