Los lobos al cuidado de las gallinas, o cuando el egoísmo no es muy inteligente

Esa sensación de olor a tierra húmeda que podemos percibir momentos antes de una intensa lluvia se siente en estos tórridos días de julio ante el cambio de ciclo que precipitará el otoño.

En el mundo del desarrollo y la cooperación varios hitos anuncian el fin de ciclo: por un lado, el paso de la agenda de los ODM a los Objetivos de Desarrollo Sostenible; por otro lado, el fin de una legislatura que, aunque lo estemos deseando, no deberíamos olvidar. Al menos no antes de haber sacado las necesarias lecciones. Para ello sería bueno recordar algunos análisis de lo que ha significado este ciclo político para la cooperación española, para las políticas de solidaridad y el compromiso con la justicia social y ambiental internacional.

Varias han sido las interpretaciones, pero todas (quizá no la oficial) apuntan a una misma conclusión: la cooperación española ha sido desmantelada en los últimos cuatro años. Buena parte de los análisis realizados sobre la cooperación en estos años han puesto el acento en la caída de los recursos. Es de sobra conocido que hemos vivido el peor periodo de la ayuda oficial al desarrollo (AOD). La AOD española ha caído como no lo ha hecho la AOD en ningún otro país a lo largo de la historia, y ha retrocedido a los niveles en los que se encontraba hace aproximadamente dos décadas, cuando el país se iniciaba en esto de la cooperación al desarrollo, y empezaba a ser considerado un “donante”. Podría afirmarse, que si no fuera por las contribuciones obligatorias, que no dependen de la voluntad, la cooperación española estaría prácticamente extinguida.

Evolución (o involución) de la ayuda oficial al desarrollo de España (2008-2014)

AOD

Fuente: elaboración propia a partir de datos del CAD/OCDE (datos de 2014 provisionales).

Sobre las cifras contamos cada vez con información más accesible, por ejemplo con el interesante análisis de Oxfam Intermón en La realidad de la ayuda o con el portal oficial del la cooperación española. Tampoco está de más analizar los datos del Comité de Ayuda al Desarrollo de la OCDE para comparar el comportamiento de España con el de otros países. A diferencia del caso español, la norma no ha sido disminuir el ya exiguo compromiso con la ayuda al desarrollo.

Hubo un tiempo de la legislatura en el que el discurso oficial que trataba de justificar los recortes ante la dramática situación existente en España lograba algún grado de comprensión. Sin embargo, la dimensión de estos recortes, muy por encima de los registrados en cualquier otra política, hacía difícilmente justificable este discurso. Además, en el último año y medio, la convivencia del mensaje sobre la recuperación económica con la profundización del desmantelamiento de la cooperación nos deja pocas conclusiones posibles: o no era cierto aquello que nos decían al inicio de la legislatura y tras los primeros recortes, “cuando la economía mejore, aumentarán nuevamente los recursos de cooperación”; o no es cierto lo que nos dicen ahora y no hay una mejora real de la economía. Ah, se me olvidada una tercera posibilidad, que ninguna de las dos cosas sea cierta.

Pero el desmantelamiento de la cooperación no puede explicarse solo por la abrupta caída de los recursos. Se explica también por el debilitamiento de los otros tres pilares básicos en los que se asentaba la cooperación española: un giro discursivo que rompe con la consolidación del marco doctrinal que se había producido en los últimos años; la devaluación del rango político de la cooperación y el debilitamiento de su estructura; y la ruptura de una de las principales señas de identidad de esta política: el consenso social y político sobre los que se construyó. No hace mucho que analizábamos algunas de estas claves en un artículo titulado “Ruptura del consenso y desmantelamiento: un análisis de la cooperación española”.

La pretensión de este post no es, sin embargo, insistir nuevamente en el relato del desmantelamiento de la cooperación española, ni hacer un balance de lo ocurrido en estos últimos cuatro años. La intención es bastante más sencilla: tratar de señalar (ni siquiera explicar o justificar) el marco en el que este desmantelamiento ha sido posible. Para ello, lejos de recurrir al análisis de las principales decisiones políticas, es suficiente con recuperar dos declaraciones de los máximos responsables políticos (José Manuel García-Margallo y Mariano Rajoy) que bien pueden simbolizar toda una legislatura. Se trata de declaraciones que, sin ser solemnes ni reflejo de ningún documento o posicionamiento oficial, encierran un elevado significado: por el momento en el que se expresan (principio y final de la legislatura) y porque simbolizan nítidamente el pensamiento político y la mirada sobre el desarrollo y la justicia global de quienes nos han gobernando en estos últimos cuatro años.

La primera declaración corresponde al ministro de Exteriores y Cooperación, quien pocos meses después de asumir el cargo afirmaba en sede parlamentaria que ”recortar la ayuda es doloroso, pero lo es más aun hacerlo en las pensiones o cerrar ambulatorios”. Fue una frase que fijaba el marco para toda una legislatura: la cooperación no es importante para este Gobierno (seguramente no nos podíamos hacer a la idea de hasta qué punto).

Tras el estupor inicial ante esta declaración de principios, ¿qué hicimos desde las organizaciones sociales y los actores de la cooperación? Lo cierto es que hubo numerosas y muy distintas respuestas y reacciones, pero fueron pocas las voces que desde el inicio se dedicaron a denunciar y a alertar del riesgo que sufría la política de cooperación. Frente al “alarmismo”, se impuso una suerte de pragmatismo que, a día de hoy, se observa lamentablemente equivocado. Es el denominado “egoísmo inteligente” (basado en una lógica win-win o del mutuo interés), que apostó por el tacticismo: si a nuestros responsables políticos no les interesa la cooperación, hagámosles ver que la cooperación también puede servir para representar y defender los propios intereses del país donante.

Hay que reconocer que, en un mundo cada vez más interdependiente, con más intereses comunes en clave de seguridad humana, equidad social y sostenibilidad ambiental, el argumento puede ser sugerente, y válido, para convencer de la necesidad de políticas a favor de la justicia global y ambiental a sectores poco amigos de la cooperación. Sin embargo, lo que quizá no se valoró suficientemente es que, al otro lado del mensaje, se situaba un Gobierno que seguía concibiendo el interés desde una lógica de política exterior construida en clave realista. El mismo Gobierno que apostó por desempolvar el viejo proyecto de la “Marca España”, que trataba de consagrar la política exterior al objetivo de la recuperación económica. Ignorar este hecho en la estrategia basada en el egoísmo inteligente supuso un error de cálculo, una renuncia y una estrategia equivocada:

  • Significaba la renuncia a un discurso transformador inspirado por el cosmopolitismo post-nacional y basado en la idea de interés público global. No es necesario negar la existencia del interés mutuo para plantear la cooperación desde el marco interpretativo de la acción colectiva para la superación de los problemas comunes. Ahora bien, esgrimirlo como principal argumento supone alejarse del marco de la acción colectiva.
  • Un error de cálculo, porque ignoraba el hecho de que la búsqueda de intereses puede ser mutuamente beneficiosa cuando esta se produce entre iguales. Pero la cooperación nunca estuvo en estos años en pie de igualdad con ninguna de esas otras políticas con las que debía encontrar intereses comunes. Esto, en realidad, suponía plantear el clásico escenario de instrumentalización de la cooperación por parte de intereses ajenos al desarrollo. Dicho en otras palabras, poner una política “blanda” al servicio de la agenda “dura”. En el caso de FONPRODE tenemos un buen ejemplo práctico.
  • Por último, suponía evitar la lógica del conflicto ideológico en la concepción de la política de cooperación en un mundo interdependiente, cada vez más asimétrico, desigual e insostenible. Frente a la lógica del conflicto, se priorizó la lógica del consenso cuando había poco, muy poco, que consensuar, porque este ya se había resquebrajado.

En definitiva, todo esto condujo, por pragmatismo, a asumir un marco interpretativo en el que lo importante era mantener lo más intacta posible la política de cooperación cuando el desmantelamiento había sido ya decidido. La apuesta por construir otro marco exigía conflicto, y este no era el momento. Esa batalla se perdió, quizá por autocensura. También se perdió la de la defensa de la cooperación a partir de la búsqueda de intereses comunes (recordemos, el desmantelamiento).

La segunda declaración fue la que, seguramente, terminó de convencernos de que el egoísmo inteligente no fue una estrategia acertada. Hace solo unos días, y esta vez en relación a la búsqueda de una salida posible al sufrimiento del pueblo griego, el presidente del Gobierno nos lo dejó claro con una perla de su pensamiento político (recuperada aquí en forma de tuit):

rajoy

El ciclo, con el otoño, acabará. Está por ver lo que vendrá tras él, si un nuevo ciclo reconstruido desde las ruinas (es decir, una recuperación de la política de cooperación), o el desarrollo de un nuevo marco acorde a los problemas que afrontamos colectivamente (objetivo para el cual la recuperación de la cooperación no sería suficiente). Esperemos que la inteligencia, esta vez guiada por la acción colectiva, nos acompañe en el próximo ciclo.

Que el olor a tierra húmeda nos inspire…

Nacho Martínez Martínez

Convencido de que el conocimiento y la acción colectiva son elementos imprescindibles para la construcción de otra realidad. Por ello, y también, por qué no, por vocación, investigo. Y aquí lo cuento.

Nacho Martínez Martínez
Convencido de que el conocimiento y la acción colectiva son elementos imprescindibles para la construcción de otra realidad. Por ello, y también, por qué no, por vocación, investigo. Y aquí lo cuento.

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Sobre este blog: La contracancha es un pedazo de terreno contiguo y paralelo a la cancha del frontón, desde el que tomar distancia para observar y contemplar el juego de la pelota. A contracancha es un espacio de reflexión, un lugar para observar y contemplar (y narrar) el papel de los actores sociales y políticos empeñados en la construcción de otro mundo, de otro mundo mejor.