En los últimos años hemos visto como, progresivamente, los programas de tertulia y “debate” político han proliferado en los diversos medios y canales de televisión; lo confieso, cuando puedo, suelo ver estos programas que me generan una adicción un tanto absurda, la misma adicción que te lleva (o lleva a otros mejor dicho) a seguir un culebrón mexicano o a ver los programas de cotilleos de la tarde.
El tono más común de la tertulia es bastante inquietante para una espectadora media como yo; relatos excesivamente simplificadores de la realidad, interrupciones constantes, explicaciones parciales y, en ocasiones, claramente sesgadas, subidas de tono y, de manera cada vez más frecuente, gritos, insultos y ofensas entre los “contertulios” y “opinadores” de turno. Tan es así que en ocasiones son las parodias de este tipo de programas las que describen mejor la realidad que se desarrollo en estos programas.
Cuantos más conflictos, más audiencias…
Este estilo se ha generalizado en la mayor parte de tertulias políticas dado que parece partirse de la idea de que cuanto más ruido y conflicto mediático más audiencia; una especie de programa de TV estilo Sálvame pero adaptado a la política: cuantos más insultos, gritos y faltas de respeto, mejor aún.
Pero además, los propios programas de entrevistas han asumido esta dinámica pretendiendo buscar titulares y relatos simples sin dejar al entrevistado explicar la problemática y la complejidad de los temas que está tratando (que mayormente refieren a los derechos y libertades de la ciudadanía). Una de las cosas más llamativas fue ver en los últimos tiempos a una buena periodista pidiendo respuestas de SÍ o NO para tratar temas como la auditoria de la deuda o la sostenibilidad de las pensiones.
Yo creo que este tipo de dinámica no ayuda en nada a la pedagogía política que se necesita en la sociedad para que la ciudadanía pueda entender los procesos públicos de toma de decisiones. Los medios de comunicación han sido y son fundamentales para la denuncia, la supervisión y la rendición de cuentas de nuestros políticos; pero sería muy positivo si incorporarán un poco de complejidad a los análisis que nos permitiera entender que se trata de procesos extremadamente arduos y con una alta diversidad de actores, intereses y objetivos. Aunque parezca tentador para los medios, hay que intentar huir de los eslóganes y simplificaciones si se quiere comprehender cabalmente la realidad de la que se debate.
No existen soluciones (ni explicaciones) simples, para problemas complejos…
Desde la academia, hay un principio bastante repetido en las ciencias sociales: “no existen soluciones simples para problemas complejas” y la política pública es por definición compleja. Por ello, para entender las problemáticas a los que nos enfrentamos deberíamos intentar explicar los actores, objetivos, agenda, grupos de poder, intereses y contexto al que responden estas políticas. Se trata de un ejercicio que requiere cierto nivel de pausa y explicación que nos permita entender las complejidades de los temas que estamos tratando, las luces y sombras de las decisiones que se toman en el ámbito público, las (muy legítimas) posibilidades de rectificar y aprender de los errores.
Una ciudadanía crítica, comprometida y consiente es el elemento básico para el desarrollo y el progreso de las sociedades; y para ello, necesitamos entender que la política no es partido de fútbol donde hay bandos, cánticos y banderas, sino que es un espacio de reflexión, donde es importante el diálogo, los matices y las complejidades. Y para ello, los medios deberían asumir una mayor responsabilidad en la pedagogía política con respecto a su ciudadanía.