Soy partidaria de subrayar los libros. Pasado algún tiempo nos encontramos con líneas, asteriscos, símbolos de exclamación o interrogación, anotaciones que garabateamos o que escribimos cuidadosamente y que nos permiten acordarnos de aquellas que fuimos; hacer arqueología de la memoria a partir del reflejo de esos vestigios.
Cuando recibí la versión revisada de la Antología poética (1951-1985) de Adrienne Rich -que Visor publicó hace algunos meses- abrí al azar sus páginas y el poema “Orígenes e historia de la conciencia” (incluido en The Dream of a Common Language) inauguró su relectura. Quise creer que el propio poemario me estaba guiando:
“Nadie vive en este cuarto
sin enfrentarse con la blancura de la pared
detrás de los poemas, los estantes de libros,
las fotografías de heroínas muertas.
Sin reflexionar tarde y al fin sobre
la verdadera naturaleza de la poesía. La voluntad
de conectar. El sueño de un lenguaje común”.
Busqué entonces la versión anterior de la antología entre los libros de poesía que amontono separados de otros géneros y encontré un matiz poderoso en la nueva traducción de Myriam Diocaretz[1]: donde entonces se leía “esa urgencia de poner mundos en relación” –the drive to connect en la versión original- ahora encontrábamos “la voluntad de conectar”. La exigencia era el logro de una buena comunicación con alguien.
Con ese cambio, la escritora y traductora de origen chileno alumbraba mejor la declaración de intenciones de la poesía de Rich. Eran también esos versos precisos los que Diocaretz había elegido para cerrar la introducción del libro al declarar que el arte de Adrienne Rich nos interna en “…la verdadera naturaleza de la poesía: la voluntad de conectar”. La conexión era pues la palabra que pilotaría mi nueva lectura, pero iba a ir acompañada de algo más.
A lo largo de todos los poemarios que la antología recoge, Rich hace un esfuerzo por alcanzar el sueño al que remite “Orígenes e historia de la conciencia”: el de un lenguaje común. A medida que nos internamos en sus poemas emerge esa búsqueda, que es singular –porque trata de ser propia- a la vez que universal -porque es la suma de las voces de otras mujeres: científicas, mineras…, y sobre todo de escritoras, plurales en sus formas y temáticas, en sus cadencias, en sus ritmos, pero muy similares en su manera de afrontar con valentía y sin miedo la exploración en el lenguaje para lograr una voz que no se ahogue en los marcos patriarcales ni encorsete el sentir de la experiencia de ser mujer.
“Kenneth me dice que ha ordenado sus libros
para mirar a Blake y Kafka mientras escribe;
sí; y todavía debemos considerar a Swift
detestando el cuerpo de la mujer mientras elogia su intelecto,
el pavor de Goethe por las Madres, Claudel difamando a Gide,
y los fantasmas –sus manos estrechadas por siglos-
de artistas muriendo en el parto, de sabias mujeres
carbonizadas en la hoguera,
siglos de libros no escritos amontonados detrás de esos estantes (…)”
(Twenty-one Love Poems, 1976)
Me di cuenta, después de llevar de un lado para el otro el libro, de subrayarlo y llenarlo de pósits, que su preocupación también era la mía, la de muchas mujeres. Ese lenguaje común –quizás sueño y quimera, pero también realidad– tenía un pasado que encadenaba la búsqueda a lo largo de cronologías y geografías; implicaba poner fin a ese empeño por traducir la narración a una lengua que no es la nuestra, aunque sea compartida. Diocaretz habla de “desterritorializar el lenguaje de la tradición”. Pero además de desnudarla de toda connotación y visión androcéntrica, Rich indaga y extirpa –al menos su intento es loable- las huellas de clasismo, de las inacabables formas de travestirse del colonialismo.
Esas palabras disidentes que resultan de las voces de muchas mujeres configuran un universo lingüístico, un mirada nueva para enmarcar lo que acontece. Sabemos que está en construcción y que nunca dejará de mutar; también que es la materialización del anhelo de disponer de una arcilla diferenciada para moldear una creación en la que podamos reconocernos. A lo largo de los poemas seleccionados, ese nuevo lenguaje va emergiendo para dar forma a una memoria que no fue la hegemónica.
“El tiempo es masculino
y en sus copas brinda por las bellas.
Absortas en las galanterías, escuchamos
las exageradas alabanzas a nuestras mediocridades,
la indolencia se interpreta como abnegación,
el descuido en el pensar se denomina intuición,
se perdona cada traspié, nuestro crimen
solo consiste en hacer demasiada sombra,
o en romper el molde, sin vacilar.”
(Snapshots of a Daughter-in-law, 1963)
Rich se esfuerza en rescatar esa mirada paternalista que tanto daño nos ha hecho a lo largo de los siglos porque, como la propia Adrienne afirma contundente al final de un poema: “Todo acto de tomar conciencia (…)/es un acto contra Natura”. La poeta también nos interroga para dar sentido a ese nuevo lenguaje, para hacernos reflexionar sobre los símbolos caducos que justifican la sumisión, que reproducen la violencia. Así escribe en “Las imágenes”:
“ ¿pero cuándo elegimos
ver nuestros cuerpos atados
en cautiverio y crucifixión en el aire asfixiante
cuándo elegimos ser
linchadas en los nauseabundos anuncios eléctricos
del centro de la ciudad cuándo elegimos
convertirnos en la dosis del que se masturba(…)?”
(A Wild Patience has Taken me This Far, 1981)
Pero la poeta sabe que no es la primera, entiende que la conexión que nos procura ese lenguaje común necesita recurrir al legado de otras mujeres. En “Heroínas” entona un canto de agradecimiento e intento vano de resarcir a quienes nos antecedieron y abrieron caminos que han conseguido hacernos más libres. Las conquistas se encadenan y el responso de Rich clama por una justicia que no sea solo poética.
“¿Cómo puedo dejar de amar
tu lucidez y tu furia?
¿Cómo puedo darte
todos tus derechos
obtener valentía de tu valentía
honrar tu exacto
legado tal cual es
y reconocer
además
que no es suficiente?”
(A Wild Patience has Taken me This Far, 1981)
La magia literaria hace que la conexión sea también hacia el futuro. Los mundos siguen en relación y no es una simple casualidad que en esta nueva versión de la Antología se incluya el poema “La roca azul”, dedicado por Rich a su traductora. Es en ese pedazo de lapislázuli, procedente de la tierra natal de Diocaretz, donde la poeta concentra la permanencia cuando siente que sus poemas cambian mientras duerme. Y Myriam Diocaretz, al recoger el sentido para adaptarlo a las formas del español, parece saborear la flexibilidad de su lenguaje, acariciar en la oscuridad los verbos, las proposiciones, los pronombres que nos diferencian.
La nueva versión de la antología acabó tan subrayada y llena de anotaciones que me dieron ganas de plantarla en mi huerto aprovechando la pronta llegada de la primavera. La conexión de los versos también era con la tierra, con el tiempo y los conflictos sociales y humanos. Recordé entonces un documental que me había enviado la gestora cultural Ingrid Bejerman: Listening for Something, dirigido por Dionne Brand y producido por Ginny Stikeman. La poeta canadiense dialoga con Rich y su conversación constata que la búsqueda de un lenguaje común no fue una entelequia: colonialismo, exilio, feminismo, lesbianismo… Los versos se entrelazan, reclaman que ninguna lengua es neutral y afirman “su poder para el engaño y la perplejidad”.
Por favor: subrayen, subrayen…
[1] Poeta, escritora e investigadora en teoría literaria y feminista. Es autora, entre muchos otros, de dos libros acerca de Adrienne Rich: The transforming Power of Language: The Poetry of Adrienne Rich y Translating Poetic Discourse: Questions of Feminist Strategies in Adrienne Rich. También ha sido directora de los seis volúmenes que componen la Breve historia feminista de la literatura española (en lengua castellana) y dirige la serie Critical Studies (Brill): https://brill.com/view/serial/CRSTON?language=en&contents=toc-38597