Parrhesia griega

¿Puede haber futuro sin democracia? ¿Cabe enfrentar los grandes retos que amenazan el provenir de la humanidad sin contar con la opinión y la participación de la gente? Hace ya más de dos décadas que el pensamiento dominante puso en circulación dos ideas que, desde entonces, han ido ganando terreno en una parte significativa de la población y de eso que se llama “opinión pública”.

La primera de ellas es que el mercado debe ser la referencia principal a la hora de tomar decisiones. La preservación del medio ambiente, los derechos laborales, la libertad para fabricar medicamentos genéricos para curar determinadas enfermedades, la equidad entre los seres humanos, el acceso al agua… son asuntos que están muy bien, pero que no pueden ni deben plantearse al margen de la necesaria prevalencia de la libertad de mercado y los derechos de las empresas.

La segunda idea sugiere que, en el globalizado mundo actual, la complejidad que han alcanzado los problemas económicos y sociales es de tal magnitud que los mismos no pueden ser entendidos ni interpretados por la gran mayoría de la gente, por lo que las soluciones que puedan plantearse deben provenir de aquellos que saben, léase de técnicos, formados –eso sí- en una única e incuestionable forma de analizar la realidad.

Resultado: las cosas sólo pueden hacerse de una manera, aquella que viene determinada por la mercantilización completa de la vida y la supeditación de todo lo demás a ese principio, declarado inviolable. Las personas no pueden decidir sobre el mundo en el que quieren vivir porque carecen de información para ello, lo que les llevaría a equivocarse. En consecuencia, la democracia es prescindible, salvo para ratificar cada cierto tiempo un mandato para que técnicos -o políticos profesionales- puedan gestionar los asuntos públicos sin necesidad de consultar a la gente.

La construcción europea, de espaldas a la ciudadanía

La denominada construcción europea es uno de los temas que mejor ejemplifican todo esto. En la forma de llevarse a cabo y en el resultado mismo. Por una parte, casi todas las decisiones se han tomado de espaldas a la ciudadanía, en opacas negociaciones. Y por otra, se ha diseñado un edificio en el que los Gobiernos y la Comisión tienen más poder que el Parlamento. Pero a partir de Maastricht, y del posterior diseño del euro y de las condiciones para su funcionamiento, el conflicto entre democracia y gestión económica fue haciéndose cada vez más agudo. Un conflicto que finalmente, ha acabado por estallar en Grecia, precisamente en la cuna de la democracia.

Es curiosa –a la vez que llamativa– la diferente manera en que algunos conciben y valoran la opinión de la gente. Cuando se trata de defender el inviolable principio del mercado, las personas siempre son sabias, y sus decisiones son racionales. Este es el fundamento de la ortodoxia económica que se enseña en las facultades. Y ello pese a la abrumadora evidencia de que las cosas no son así, de que las decisiones de la gente –comprar, vender, ahorrar, invertir, etc., y cómo hacerlo– están la mayor parte de las veces condicionadas por la ausencia de información, o por una información engañosa. Sin embargo, nada de ello cuestiona el carácter sagrado de tales decisiones. Todo lo más, se admite la existencia de “fallos de mercado”, minucias que los propios tecnócratas se encargarán de corregir.

Sin embargo, ocurre todo lo contrario cuando se trata de tomar decisiones políticas, aquellas que afectan –precisamente– a cómo debe gestionarse la convivencia humana y, en consecuencia, qué marco –fiscal, laboral, etc.– debe regular las mencionadas opciones de comprar, vender, ahorrar o invertir, de manera que no lesionen el interés general y sean compatibles con el mismo. En este caso, se aduce que la gente no tiene información suficiente para opinar y que es fácilmente manipulable, lo que provoca que las urnas sean “peligrosas”.

Las mismas gentes a las que se anima a consumir telebasura en nombre de su sagrada libertad para hacer lo que les plazca con su tiempo y su dinero, son consideradas incapaces para tomar decisiones cuando se trata de dilucidar asuntos que afectan al interés general. Para esto último ya están los técnicos –sin ideología alguna, faltaba más–, o los profesionales de la política –muchos de ellos debidamente formados en los aparatos de partido en el difícil arte de alcanzar el poder y mantenerse en él.

Grecia, utilizar la palabra frente al riesgo de hacerlo

El debate abierto sobre el referéndum griego ha puesto en evidencia algunas de estas contradicciones, llevándolas al extremo, y dibujando dos bandos contrapuestos. Por un lado, la denominada troika que, por supuesto, sabe bien lo que conviene –pese a haber errado estrepitosamente en todas y cada una de sus previsiones–, y que tiene conocimiento suficiente para tomar las decisiones oportunas, dentro –lógicamente– de lo que “es posible hacer” cuestión, esta última, previamente decidida por ellos mismos. Y por otro lado, el pueblo llano, que desconoce las claves del asunto, que se deja guiar por las pasiones nacionalistas o de cualquier otro signo, y cuya voluntad –si llega a ser expresada de manera explícita– puede poner en peligro el diseño de una Europa concebida sólo desde el mercado, y en la que los derechos de las personas parecen tener cada vez menos cabida.

En su magnífico ensayo Grecia en el aire (Acantilado, Madrid, 2015) Pedro Olalla realiza un canto a la democracia señalando que los atenienses inventaron ese sistema político que da la palabra a un pueblo activo, capaz de influir en la marcha de su destino; un sistema que fue revolucionario, radical en su día, y que sigue siéndolo hoy”. Y al mismo tiempo, reivindica la parrhesia como el valor de utilizar la palabra frente al riesgo de hacerlo. La parrhesia, señala Olalla “no es sólo honestidad, sino valor para oponerse a una mentira cómoda, para abrir una brecha en el silencio, para dejar en evidencia una falacia. No es sólo conocimiento, sino también responsabilidad y riesgo. No es sólo consistencia, sino también acción”.

Vivimos momentos de crisis, de una crisis profunda y sistémica, sobre la que hay distintas interpretaciones y diversas aproximaciones. En esas circunstancias resulta inaceptable la negación de la democracia en nombre de una verdad fabricada previamente en determinados ámbitos. Y resulta obsceno que quienes tantas veces han errado en sus diagnósticos y previsiones, exijan precisión y claridad al resto. Entre otras cosas, porque –como muchas veces se ha dicho– para saber lo que no hay que hacer, no es imprescindible saber a ciencia cierta lo que hay que hacer.

Como ha hecho la población griega, es hora de reivindicar la parrhesia como forma de atrevernos a expresar, de manera libre y responsable, nuestra opinión sobre los asuntos colectivos.

Koldo Unceta

Catedrático de economía en la universidad del País Vasco, investigador en temas de desarrollo y cooperación internacional, economista crítico, caminante, escritor, conferenciante, divulgador, indignado, explorador de nuevos horizontes, e impulsor de causas generalmente perdidas. Llegado a una edad, más capaz de plantear preguntas que de ofrecer respuestas pero, en todo caso, encantado de compartir esta blogosfera con tantas buenas gentes como las que aquí se reúnen.

Koldo Unceta
Catedrático de economía en la universidad del País Vasco, investigador en temas de desarrollo y cooperación internacional, economista crítico, caminante, escritor, conferenciante, divulgador, indignado, explorador de nuevos horizontes, e impulsor de causas generalmente perdidas. Llegado a una edad, más capaz de plantear preguntas que de ofrecer respuestas pero, en todo caso, encantado de compartir esta blogosfera con tantas buenas gentes como las que aquí se reúnen.

3 Comentarios

  1. Totalmente de acuerdo contigo, Koldo. Estamos en un momento apasionante en el que se abre la posibilidad de cambiar el sistema -al menos, se está cuestionando como nunca-. Hay que practicar la parrhesia.

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  2. Como siempre Koldo tan acertado en tus comentarios y reflexiones.Por desgracia siguen construyendo Europa a nuestras espaldas y sin democracia, hoy mismo en el Parlamento Europeo se ha votado apoyar las negociaciones y la firma del TTIP, introduciendo algunas líneas rojas relativas a los derechos de las y los trabajadores, las normativas medioambientales y la protección a las y los consumidores, que en términos generales son más estrictas en la Unión Europea. Sin embargo estas líneas rojas se quedan en el discurso, en tanto que las decisiones del Parlamento no tienen un papel vinculante en las negociaciones, así como tampoco se establecen mecanismos garantistas para el control de estas limitaciones.
    Pero además, y lo más grave, es que hoy el parlamento, a través de una “enmienda de compromiso” presentada por el grupo social demócrata europeo, da luz verde también a la incorporación del más controvertido aún mecanismo de resolución de controversias entre inversor y Estado (ISDS) en el Tratado. La enmienda sólo maquilla aspectos formales del ISDS, pero da vigencia a la existencia de tribunales supranacionales que confieren privilegios a los inversionistas y grandes transnacionales extranjeras frente a las políticas y medidas de protección ambiental, hacia las y los trabajadores y las y los consumidores que los gobiernos de los países, desde decisiones soberanas y democráticas quieran poner en práctica.

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  3. Raquel Martínez-Gómez

    Querido Koldo:

    Leía ahora una novela escrita en 1971, de Bohumil Hrabal (Una soledad demasiado ruidosa), que dice: «… el espíritu griego pervive aún en Praga, no sólo en las fachadas de las casas sino sobre todo en las mentes de sus habitantes, es gracias los liceos clásicos que existieron antes de la segunda Gran Guerra, que nutrieron con Grecia y Roma a millones de cerebros checos». Lo mejor viene después, pero habrá que leérselo.
    Abz.

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Sobre este blog: No tenemos certezas. Sólo esperanzas. Buscamos caminos entre la bruma ('lanbroa' en lengua vasca).