De los ODM a los ODS

Ya tenemos Agenda post-2015. Tras más de tres años de debates y discusiones sobre el asunto, la Asamblea General de NN. UU. ha aprobado finalmente los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), cuya referencia será casi obligada en los trabajos y análisis sobre el desarrollo y la cooperación internacional que se lleven a cabo en los próximos años.

¿Algo nuevo en el horizonte? Pues sí, y no. En mi opinión, la fundamentación y la propia formulación de los ODS representan una lectura más cabal de los problemas que amenazan al mundo y a sus habitantes que la que significaron los ODM (Objetivos del Milenio), centrados en una manera muy particular de entender la lucha contra la pobreza. Porque los ODM –justificados en su día como la forma más operativa de resumir y de dar a conocer la problemática diagnosticada en la Declaración del Milenio– acabaron por convertirse en realidad en una agenda reduccionista, centrada en los países pobres, alejada de los problemas estructurales y de las causas de los problemas a enfrentar, y disgregadora de asuntos íntimamente relacionados como son la desigualdad, la degradación del medio ambiente, y la pobreza.

Si atendemos a estas y otras críticas vertidas hacia los ODM, los ODS representan –qué duda cabe– una visión más integral de la problemática del desarrollo, y el reconocimiento de que la lucha contra la pobreza no puede plantearse de manera aislada, al margen de sus causas, ni desvinculada de la problemática de conjunto en la que se inserta. Además, los ODS se presentan como agenda universal, es decir, como expresión de unos objetivos cuyo cumplimiento compromete por igual a países ricos y pobres, lo que supone por vez primera el reconocimiento de problemas que son comunes y globales, con independencia de que los retos sean parcialmente distintos en unos y otros lugares.

Ahora bien, no deberíamos perder de vista que la simple formulación de los ODS no supone que los mismos vayan a encararse con los instrumentos necesarios, ni que vayan a cambiarse necesariamente las pautas de un modelo de desarrollo crecientemente depredador y excluyente. De hecho, la mayor parte de las 169 metas asociadas a los 17 objetivos planteados son aún muy genéricas y representan más que otra cosa una expresión de buena voluntad. La propia conferencia de Adis Abbeba sobre financiación del desarrollo celebrada en julio no pudo ser más decepcionante a la hora de recabar un mayor compromiso de la comunidad internacional. En realidad nada de esto es nuevo, ya que –como se ha señalado en bastantes trabajos– los modestísimos logros habidos en los ODM no parecen tener mucho que ver con la cooperación al desarrollo ni con el mencionado compromiso internacional. De hecho, los principales avances habidos en la lucha contra la pobreza extrema –proporción de personas que viven con menos de 1,25$ al día, o número de hogares con agua y saneamiento– se han producido en países como China o India, y tienen que ver sobre todo con el fuerte crecimiento experimentado en los mismos durante los últimos años

Pero ese mismo crecimiento se ha basado en un patrón fuertemente excluyente y depredador, que ha incrementado notablemente las desigualdades. Desgraciadamente, hoy el mundo es más desigual que cuando se formularon los ODM, y también se han agravado notablemente los problemas medioambientales. Además, la violencia y la violación de los DD. HH. no han hecho sino aumentar, por lo que más allá de los modestos avances logrados en algunos de los ODM, no parece que hayamos avanzado mucho hacia un patrón de desarrollo más humano y más sostenible.

En estas condiciones, la aprobación de los nuevos ODS no trae consigo muchos motivos para el optimismo. Si acaso, su formulación –más abierta y comprehensiva que la de los ODM– permitirá ensanchar los cauces del debate sobre el desarrollo y la cooperación en los próximos años, superando las limitaciones de la anterior narrativa sobre la pobreza vigente durante las últimas dos décadas. En realidad, la aprobación de los ODS –y en general la apuesta por elaborar una Agenda pos-2015– parece responder más a la inercia –o a la necesidad de asumir parte de las críticas vertidas hacia los ODM y su escasa operatividad–, que a la voluntad real de cambiar el patrón de desarrollo vigente. Sin embargo, esto último resulta imprescindible si realmente se desea avanzar en una agenda como la que representan los ODS.

Koldo Unceta

Catedrático de economía en la universidad del País Vasco, investigador en temas de desarrollo y cooperación internacional, economista crítico, caminante, escritor, conferenciante, divulgador, indignado, explorador de nuevos horizontes, e impulsor de causas generalmente perdidas. Llegado a una edad, más capaz de plantear preguntas que de ofrecer respuestas pero, en todo caso, encantado de compartir esta blogosfera con tantas buenas gentes como las que aquí se reúnen.

Koldo Unceta
Catedrático de economía en la universidad del País Vasco, investigador en temas de desarrollo y cooperación internacional, economista crítico, caminante, escritor, conferenciante, divulgador, indignado, explorador de nuevos horizontes, e impulsor de causas generalmente perdidas. Llegado a una edad, más capaz de plantear preguntas que de ofrecer respuestas pero, en todo caso, encantado de compartir esta blogosfera con tantas buenas gentes como las que aquí se reúnen.

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Sobre este blog: No tenemos certezas. Sólo esperanzas. Buscamos caminos entre la bruma ('lanbroa' en lengua vasca).