Llegó el día D. Me toca ponerme a escribir y estoy en blanco, qué terrible! Bueno, a decir verdad en blanco, en blanco no estoy. Hay un montón de planteamientos que me motivan pero, dado el barullo que se está formando con las elecciones…No sé, me da que cualquier cosa que escriba sobre soberanía alimentaria va a pasar desapercibida. Al fin y al cabo es un tema que se considera muy específico y sólo apto para minorías.
Una de mis posibles ideas era haber escrito sobre los acuerdos alcanzados en la ansiada Cumbre del Clima en Paris. Tanto las organizaciones y movimientos sociales, como la comunidad científica especializada, han alzado la voz en contra de los mismos y no es de extrañar. Me encantaría denunciar el paripé que presenciamos. Representantes institucionales de todo tipo celebrando que, una vez más, se ha postergado el problema para más adelante. Tampoco se han asumido responsabilidades legales. Por supuesto, se han ignorado las alternativas que propone la sociedad civil, entre ellas la agroecología. Es alucinante su capacidad para, como viene siendo costumbre, transformar una catástrofe en un negocio, mercantilizándolo todo. Menos aún deja de asombrarme como consiguen que buena parte de la sociedad quede convencida de que, el hecho de que asimilen sin rubor la destrucción de miles de tesoros naturales y el sufrimiento de cientos de millones de personas en los próximos años, es todo un triunfo porque “se han puesto de acuerdo” en que “voluntariamente” intentarán solucionarlo en un futuro próximo.
Otra propuesta que se me ocurría y que pegaba con estas fechas era hablar de dorado y purpurina. Eso es, lo habéis pillado, Freixenet. Espero que ya hayáis visto el anuncio, porque por muy hortera que os parezca, lo hemos pagado con nuestros impuestos. Resulta que Freixenet es una de las grandes empresas de la industria alimentaria que tiene el honor de quedarse con una parte importante de las subvenciones de la PAC (Política Agraria Comunitaria). En concreto este año ha recibido 2 millones de euros, nada que no se gaste en un buen anuncio navideño. Y es que las subvenciones para la agricultura no se dan a quien vive de la tierra o a quien más lo necesita, no, que insensatez. La lógica de las instituciones europeas es que, ya que el pequeño campesinado va a desaparecer puesto que el futuro está en la producción industrial y la importación a terceros, ni ayudas ni monas, y ya repartimos el dinero entre amiguetes. Freixenet no es la única. Mercadona por ejemplo, fue subvencionada con 2,5 millones, a pesar de tener unos beneficios en 2014 de la friolera de 543 millones; también 4 de las 7 mayores fortunas de Andalucía recibieron su millonada correspondiente, no importa si las tierras que poseen no son cosechadas, tampoco si las personas que contratan reciben un jornal digno o no.
Seguí rebuscando en las noticias recientes y encontré dos que me llamaron la atención. En una, hablaba de que el gasto de estas navidades se iba a incrementar un 5% a consecuencia del aumento de la confianza de la gente en la recuperación económica. En la otra, resulta que 2015 ha sido el año en el que mayor riesgo de pobreza infantil ha habido, un 35,4% de quienes son menores de 16 años según el INE. Parece que, según entidades como UNICEF o SESPAS, uno de los principales inconvenientes que se derivan de esto son los problemas para la salud y discriminación que acarrea la malnutrición que sufren. Para muchas familias resulta realmente complicado cubrir las necesidades nutricionales de sus criaturas en casa, y más en épocas en las que no pueden apoyarse en los comedores escolares, como las próximas vacaciones navideñas. Peor aún, deben recurrir a pedir limosna a organizaciones de caridad para cubrir una necesidad que es un derecho supuestamente garantizado por la constitución, al menos hasta que se aprobó el artículo 135 dichoso. Resulta cuanto menos curioso que haya gente que no pueda cubrir una necesidad básica como es la comida mientras que incrementa el consumo total, y todo apunta a que la causa es la creciente desigualdad.
Hay otro tema que me chifló y del que tenía muchísimas ganas de darle una vuelta. Hace algunos días la revista Pikara publicó un reportaje magnífico. Trataba sobre las estrategias colectivas que utilizan las mujeres en algunas comunidades indígenas guatemaltecas para acabar con la violencia machista. Se basan en el apoyo emocional y el empoderamiento de las víctimas mediante la creación de redes de apoyo mutuo, el aprovechamiento de saberes ancestrales y el reconocimiento de que la violencia es un asunto público y prioritario. Van 52 mujeres asesinadas a manos de sus parejas o exparejas a nivel estatal, alrededor del centenar si lo que contamos son feminicidios. Sabemos que un tercio de las mujeres europeas ha sufrido alguna vez en su vida violencia física o sexual, y más de la mitad acoso sexual. Parece que son datos lo suficientemente alarmantes como para que acabar con esta lacra esté en la mente de cualquiera. La violencia machista es la expresión más brutal de una ideología y unos valores que están profundamente arraigados en nuestra sociedad y no se frenará mientras no cambie nuestro sistema de creencias y ordenación social. Por ello, conocer experiencias integrales como las propuestas por estas mujeres me pareció todo un lujo que debería exprimirse al máximo.
En definitiva, para resumir tenemos: decisiones políticas que se juegan el futuro del planeta y de la próxima generación (ya no hablo de próximas en plural, que está al caer); la desaparición o no de la producción campesina en Europa; el uso de recursos públicos para beneficiar intereses privados al puro estilo Rato-2.0; la falta de garantía del derecho universal a una alimentación saludable por parte del Estado; y propuestas colectivas para acabar realmente con la violencia machista. En fin, son ámbitos muy dispares pero al menos no parece que sean tan complejos de entender ni que sólo afecten a minorías. Además de esto, hay un par de cosas que tienen en común.
Dado el grado de interés que se muestra y la simplicidad con la que los tratan, ninguno es una prioridad para los partidos neoliberales ni para los grandes medios de comunicación. No es de extrañar dado que ambos bailan al son de lo que dicen los mercados y trasnacionales. Quien paga manda, así de simple. Hay otra coincidencia. Son los movimientos y las organizaciones sociales quienes han estado durante años denunciando, dando voz, creando espacios de participación y proponiendo alternativas para que asuntos como estos y otros muchos que se centran en las personas y no en el capital, sean abordados.
Así como los árboles no nos dejan ver el bosque a veces, parece que la actualidad política diaria no nos deja visualizar las verdaderas prioridades requeridas como sociedad. Dentro de nada, las elecciones. Y, por muy bien que se dé la cosa, lo cierto es que tres de los cuatro partidos que aspiran a gobernar están del lado del Ibex 35. A nivel institucional, parece que seguirá soplando el viento en contra. No sé qué opinaréis el resto, yo desde luego no pienso dedicarme a llorar en una esquina y esperar otros cuatro años a ver qué pasa. No es tiempo de achantarse, sino de analizar los avances y retos que tenemos por delante como ciudadanía organizada y continuar con la acción. Es momento de recordar que vamos lento porque vamos lejos.