El entusiasmo con el que los mass media han presentado los resultados de la COP21, contrasta con la lectura que se realiza desde movimientos ecologistas y defensores de la Soberanía Alimentaria. Y es que la exaltación de más de un medio de comunicación, merecía ciertas matizaciones. De hecho, la inclusión de la palabra “vinculante” bajo grandes titulares no parece la fórmula más adecuada para intentar explicar la complejidad del Acuerdo. Es cierto que el texto firmado en París, técnicamente, tiene carácter obligatorio; pero no es asunto menor que se haya elegido la herramienta con menor fuerza legal (en la escala jurídica, el Acuerdo es una figura menos vinculante que otros instrumentos como el Protocolo), que los compromisos nacionales para reducir emisiones se queden en meras recomendaciones, que no se establezcan mecanismos para sancionar los incumplimientos de los gobiernos, o que el texto esté lleno de frases genéricas y declaraciones de intenciones. De hecho, es esta vaguedad del Acuerdo de París la pieza clave que ha favorecido que Estados Unidos se sume al texto ya que, de otra forma, tendría que pasarlo por un Senado donde se hubiera topado con el veto republicano. Esta falta de contexto con la que los grandes medios han empleado la palabra vinculante es sólo una de las pistas de este “entusiasmo exagerado” que ha rodeado a la COP21.
Entre las novedades que presenta el Acuerdo de París ha pasado algo desapercibido el hecho de que la seguridad alimentaria aparezca nombrada por primera vez en un acuerdo climático global. Más aún, actividades como la agricultura, la silvicultura y la pesca ocupan un lugar destacado en las acciones que los países pueden proponer en el marco del Acuerdo de París. De los 186 Estados que han presentado sus planes voluntarios para reducir sus emisiones, en torno a un centenar incluyen medidas vinculadas con la agricultura y el uso del suelo. Por fin, la agricultura se ha hecho un hueco entre medidas que solían hablar sobre energía, usos forestales y transporte. Si durante años los temas agrarios estaban en un segundo plano, poco a poco comienzan a ganar peso en la agenda climática. Desafortunadamente, lo hacen de la mano y bajo el impulso de una agroindustria que ha pasado de mirar para otro lado en foros y negociaciones climáticas, a dar un paso al frente y autoproponerse como parte de las soluciones con su propuesta de “agricultura climáticamente inteligente”.
La agroindustria sabía que no podía continuar colocándose de perfil en las cumbres sobre cambio climático. Tanto su aporte en forma de gases de efecto invernadero, como la alta vulnerabilidad de la agricultura ante los futuros escenarios iban a terminar poniendo el foco sobre su responsabilidad en este tema. Y así ha ocurrido. Lejos quedaron los años en los que diferentes estudios, entre ellos el prestigioso informe Stern, sólo concedían a la agricultura algún valor entre el 11 y el 15% de las emisiones globales. El propio panel de expertos de la ONU, el IPCC, consideró necesario revisar sus inventarios de emisiones y la cifra ascendió al 24% (ver página 9). Y eso sin considerar cada uno de los eslabones de los que se compone el sistema alimentario global. Si lo hacemos, el sistema alimentario puede pasar a ser el sector con más peso en la emisión de gases de efecto invernadero, aportando entre un 44 y un 57% de las emisiones. Más allá de contribuir de forma protagónica a las causas del cambio climático, se trata de uno de los sectores más vulnerables a los futuros escenarios climáticos. Según el IPCC, para 2050 se prevee un aumento de la inseguridad alimentaria de entre un 15 y un 40%. Ante la posibilidad de que todos los focos señalaran a la agroindustria, las grandes multinacionales del mundo de la alimentación comenzaron a preparar su estrategia de contraataque con un eje central: la agricultura climáticamente inteligente.
Aunque el concepto fue propuesto por primera vez en 2009, no fue hasta 2015 que se creó la Alianza Global para la Agricultura Climáticamente Inteligente. Una iniciativa que, con el apoyo del Banco Mundial y la participación activa de empresas como Syngenta, Yara, Kellogg’s y otras corporaciones del mundo de los fertilizantes, los alimentos kilométricos o las cadenas de frío globales, recorre el mundo afirmando que ellas sí saben cómo reducir las emisiones. Ver para creer. Algo que no debemos pasar por alto es que, hasta ahora, la construcción del discurso en torno a las alternativas en el ámbito de la alimentación ha sido tradicionalmente liderada desde movimientos campesinos, ecologistas y/o con vocación de justicia social. De hecho, la agroindustria suele llegar con retraso y acaba intentando cooptar conceptos que nacieron precisamente para criticarla. Que Carrefour tenga una línea de alimentos ecológicos o que McDonald’s haga lo propio con el Comercio Justo son escenarios rocambolescos que obligan a los movimientos de base a reinventarse y seguir proponiendo nuevos marcos discursivos. En pocas ocasiones la agroindustria toma la iniciativa pero, a veces, pasa. Con el concepto de “agricultura climáticamente inteligente” tenemos un jugoso caso para diseccionar. Frente a la confrontación o la cooptación del discurso crítico, mucho mejor generar un concepto voluble que esquive las balas.
Vayamos a la sección de Preguntas Frecuentes del dosier “Knowledge on Climate Smart Agriculture”, firmado por la FAO. No tiene desperdicio. Al explicar la posición de este modelo agrícola respecto a conceptos tan antagónicos como los transgénicos o la agroecología, demuestra una calculada ambigüedad digna de los mejores expertos en marketing político. Por un lado, afirma que la agroecología puede jugar un papel clave en la reducción de emisiones. Por otro, y tan sólo cinco líneas más tarde, reconoce que ni está en contra ni promueve los transgénicos, que la decisión sobre su uso queda en manos del marco legal de cada país. Una fabulosa forma de limpiarse las manos, dejando una estela de ecuanimidad que obvia la imposibilidad de nadar entre las aguas de dos modelos que se oponen en su concepción sobre qué lugar deben ocupar los derechos campesinos y la vida en su conjunto. Si el “falso centro político” hablara sobre agricultura, sin duda elegiría la agricultura climáticamente responsable como el ejemplo a seguir.
No es casualidad que encontremos documentos de la FAO explicando y defendiendo la propuesta de este modelo agrícola. Fue la propia FAO la que empezó a usar este concepto y, desde entonces, se ha convertido en su firme defensora. Haciendo uso de una imagen más “amable” y “desinteresada” que la que pueden ofrecer los miembros privados de la Alianza (como ya señalamos: un 60% de sus promotores privados proceden de la industria de los fertilizantes), la FAO ha conseguido que la agricultura climáticamente inteligente sea tenida cuenta como de las propuestas dignas de recibir financiación por instituciones como el Fondo Verde para el Clima. Al final, es éste el órgano que va a gestionar parte de los los 100.000 millones de dólares anuales comprometidos hasta 2020. Para que un proyecto pueda recibir financiación del Fondo, se necesita que su solicitud sea tramitada a través de una entidad acreditada. ¿Qué organización será la que ayude a bajar fondos del Fondo para subvencionar los planes de la agroindustria? Adivinen…
La FAO está en proceso de conseguir dicha acreditación y, como ella misma reconoce, aprovechará ese nuevo estatus para financiar proyectos vinculados con la agricultura climáticamente inteligente. Por fin, la agroindustria podrá disfrutar del grifo millonario que gestiona el Fondo Verde para el Clima. La agricultura climáticamente inteligente adquiere la forma de hucha en la que el Fondo introducirá el dinero con el que los países industrializados consiguen compensar sus emisiones. Más allá de intentar aparecer en preámbulos de Acuerdos que no aseguran su cumplimiento, la agroindustria ha ido ejecutando una inteligente hoja de ruta para que su modelo agrícola pudiera ser concebido como una solución frente al cambio climático. Con la inclusión de la FAO entre las entidades acreditadas por el Fondo Verde para el Clima se completa parte del plan. La COP21 ha sido un éxito, sí… pero sólo para algunos.