“Como cada Septiembre desde que ella no está
subiré a nuestro valle…si me quieren llevar.
Junto a la casa hundida,-por ella y por tantos más-,
¡le escupiré al pantano!,…y lo haré sin llorar”.
Fragmento de la canción Mermelada de Moras,
La Ronda de Boltaña
El pasado domingo, 1 de noviembre, se produjo un hecho fuera de lo común en televisión. Se emitió un programa en prime time sobre… ¡un pueblo! El espacio no fue otro que el de Salvados, con un programa titulado «Jánovas, el pantano fantasma». El contenido, como viene siendo habitual, tenía una pizquita de caso flagrante, empresas que sólo miran por su interés, un sobre allí y otro allá… Lo único inusual pues, era que el foco estuviese puesto en el medio rural.
Jánovas no es más que uno de tantos pueblos expropiados para la construcción de pantanos. La peculiaridad que radica en su historia y del resto de pueblos del valle es que en su caso la obra nunca tuvo lugar, mientras el desplazamiento de sus gentes sí. Nada menos que 33 años le costó a Iberduero expulsar a toda la comunidad mediante extorsión, engaños y dinamita. Casi otras tres décadas tuvieron que esperar, ya lejos de su tierra y hogares, a que se reconociese que aquella construcción era técnicamente inviable y que podía comenzar el proceso de reversión. Actualmente sólo cinco familias han conseguido recuperar sus propiedades. Eso sí, pagando previamente una cantidad exorbitante por las mismas a la empresa que previamente las destruyó, y comenzando la reconstrucción del pueblo con sus propios ahorros. Durante todo este tiempo, ningún gobierno, democrático o no, socialista o popular, se ha puesto de su lado. Ni qué decir tiene, nadie se ha disculpado.
Salvados se ha convertido en un programa que tiene éxito e impacto en otros medios. Ya es frecuente en los días posteriores, leer artículos o noticas sobre exclusivas presentadas en el mismo. No fue así en este caso. Supongo que el hecho de que hiciese una crítica al lobby energético ayudó a que los medios, financiados por el mismo, se callasen la boca. Sin embargo, me pregunto si la reducida repercusión también fue debida a que el tema no es de gran interés para la mayor parte de la población. Al fin y al cabo, cualquiera ha escuchado eso de…“oye, que Franco también hizo bien algunas cosas, fíjate en los pantanos”. En nuestro imaginario colectivo permanece la idea de que las presas trajeron riqueza y progreso al reino de España, significaban energía barata y control del agua para mejorar la productividad agraria desarrollando regadíos. Que unas pocas gentes perdieran su hogar, su tierra y sus raíces hace 50 años fue terrible, pero era un mal menor en pos del bien común.
Desde luego si los pantanos eran símbolo de progreso, vaya si progresamos. Aunque no sea tan conocido como el honor de tener en nuestro estado 52 aeropuertos (de los cuales sólo ocho de ellos no son deficitarios). También podemos presumir de, con sus 1.200 grandes presas, tener el mayor número de obras hidráulicas por habitante y kilómetro cuadrado del mundo mundial. Vaya, que somos un territorio pionero, adelantado a su época, ya que parece que nadie más consigue seguir nuestros pasos a ese ritmo. Es curioso eso sí, que la mayoría de pantanos se construyeran durante las dictaduras de Primo de Rivera primero, y de Franco después, cuando era imposible alzar la voz sin que hubiese consecuencias y no había informes absurdos que cumplimentar para demostrar su viabilidad.
Hoy, Huesca es la provincia con más pueblos deshabitados del estado, 320. La mayoría abandonados entre 1930 y 1960. No es de extrañar dado que desde mediados del siglo XIX, los Pirineos fueron vistos por el gobierno central sólo como una reserva de factores productivos de donde obtener energía, agua y madera para favorecer el avance de la industrialización. Su población era un daño colateral, simplemente estaba abocada a emigrar a zonas agrarias más rentables o a convertirse en mano de obra en las ciudades.
Sin embargo, el Pirineo Central contenía mucho más que recursos que explotar. Esta región acogía lo que se ha denominado sistema local campesino de montaña. Un modelo de sociedad que, a pesar de encontrarse en un hábitat hostil, había sabido organizarse durante siglos y demostraba una enorme vitalidad hasta ese momento sin regirse por las normas de la economía de mercado. Se basaba en el pastoreo, la lana, la agricultura diversificada. Se caracterizaba por la dinamización colectiva del territorio, la tremenda cohesión social, la gestión comunitaria de recursos, o el desarrollo de una cultura y saberes propios que garantizaban el auto abastecimiento de las necesidades básicas de toda la población y hacían su presencia sostenible con el entorno.
Este sistema local campesino, no se desvaneció naturalmente porque fuese anticuado o desequilibrado. Fueron las instituciones y las políticas que éstas aplicaron, las que lo condenaron a desaparecer. Una de las brillantes medidas para el desarrollo fue la de expulsar a la población para construir los famosos pantanos. A quien tenía suerte y era favorable al régimen, se le enviaba a colonizar nuevas tierras en la rivera del Ebro, quien no, emigraba a Cataluña en busca de trabajo en la industria. Ésta no fue la única medida. Se acabó con la Mesta, que regulaba la trashumancia, base del pastoreo tradicional, mientras se privatizaban forzosamente las tierras comunales. También se reforestaron grandes zonas de pasto para la obtención de madera, aunque con ello se aislasen decenas de poblaciones. Por supuesto, los servicios mínimos en sanidad o educación no llegaban, para qué, si la montaña no tenía futuro. La poca población que quedaba pasó de un sistema local basado en el trueque, a entrar en el mercado vendiendo sus pequeñas producciones y artesanías, y fue lentamente asfixiada por la competencia intensificada. Finalmente, la poca valorización social de la población campesina, vista como atrasada, ignorante y falta de ambición, hizo el resto. Así, tras siglos de digna existencia, el sistema local campesino se desmoronó.
Actualmente, los últimos proyectos de pantanos en el Pirineo llevan años paralizados, parece que las hidroeléctricas para eso apuestan por otros territorios del planeta con administraciones más favorables a sus intereses. No obstante, aquí el discurso no ha cambiado, más bien las estrategias. La urbanización de suelos agrarios para construir casas vacías; las macro-infraestructuras para turistas y no para la población; el nuevo invento de las petroleras, el fracking; o las políticas europeas pro-Mercadona y anti-campesinado. Todos son ejemplos de cómo se continúa viendo la naturaleza como una propiedad a explotar al antojo de unos pocos, y a la agricultura tradicional como una actividad subsidiaria condenada a desaparecer.
Este pasado verano en Jánovas, habitantes de la zona y descendientes recogieron comunalmente la primera cosecha después de cuatro largas décadas. Y es que por suerte, hay algo que tampoco cambia, y es la resistencia de las comunidades campesinas a los atropellos a los que se ven sometidas, aquí y en todo el planeta. Es posible que la próxima vez que aparezcan por la tele las volvamos a olvidar al minuto o puede que nos paremos a pensar en porqué no claudican. Ya que, si no es sólo para mantener sus medios de vida, si lo hacen para defender modos de hacer, de pensar y de organizarse alternativos al paradigma dominante, formas que sitúan en el centro la vida, entonces ya no será tan fácil creer que el problema es sólo de unas pocas familias que pierden sus hogares o de un sector que está en decadencia. Quizás, en ese momento, nos demos cuenta que sus problemas y propuestas también nos afectan en primera persona. Puede que entonces, merezca la pena sumarse a esas grandes pequeñas resistencias