En los inicios de este siglo XXI, Rubén Bertomeu conduce por las calles de una pequeña ciudad del Levante español. Hace mucho calor. En la radio comentan algo sobre el cambio climático pero “a quién le importa”, piensa mientras vive pasando de un ambiente climatizado a otro.
Del calor habla en estos momentos la emisora local (…) Hay que remontarse a los años cincuenta para encontrar una sucesión de días con temperaturas tan elevadas. Se trata de la segunda ola de calor del verano(…) A ti, todo esto ya te da igual, Matías, y a mi me aburre la cháchara(…)
Porque ahora me paso la vida huyendo del sol, del calor, metido en una malla nodal de cápsulas climatizadas: la oficina, el coche, los restaurantes y cafeterías, la casa de la ladera del Montbroch herméticamente cerrada y refrigerada durante la mayor parte del día(…)
También en nuestros días, los ganaderos y agricultores de una comunidad pobre y vulnerable de Tennessee contemplan preocupados como no para de llover. En su comarca, de repente aparecen, desorientadas en su migración, millones de mariposas monarca.
El campo adyacente, el huerto que laboriosamente habían plantado los vecinos el año anterior se estaba muriendo bajo la lluvia(…)
Habían perdido la siega del final del verano porque para segar hacían falta tres días consecutivos sin lluvia(…)…
Con tanto llover sobre mojado, en todo el condado estaba pasando lo mismo… toda una ladera de bosque añoso se había desmoronado a la vez, provocando un alud de troncos astillados, rocas y fango(…)
Y mientras Rubén Bertomeu se oculta del calor y los vecinos de esos montes y valles de Tennessee contemplan sus pastizales anegados, un Premio Nobel de Física, el inglés Michael Beard, ofrece en Londres un discurso sobre la energía solar, en la línea de lo que se denomina desarrollo verde, ante un selecto grupo de inversores. Sin embargo, como puede comprobar, el dinero es todavía muy conservador.
Supo que horas antes un analista del petróleo había convencido a la sala de que, incluidas las arenas de alquitrán y las perforaciones de fondos marinos muy profundos, las reservas conocidas durarían cinco décadas(…) ¿por qué íbamos a arriesgar el dinero de nuestros clientes en formas energéticas no comprobadas y discontinuas?(…)
En 2032, cuando el senador Joe Benton gana las elecciones presidenciales norteamericanas, la reubicación de algunos millones de sus conciudadanos se ha incorporado a las campañas electorales como un elemento prioritario más, como la educación y la salud. Los acuerdos sobre cambio climático en el marco de las Naciones Unidas se hayan estancados. El nuevo Presidente se encuentra con datos, no hechos públicos, que muestran una situación peor de lo esperado (hay que reubicar a cinco veces más personas de lo que pensaban).
El plan de reubicación que llevé al Congreso contemplaba el abandono de la mayor parte de la costa del Golfo, zonas del sur de Florida, el área de la Bahía de Chesapeake, zonas del área de la bahía de San Francisco y algunos sectores de Nueva York y otras ciudades costeras(…)
Hacia finales del XXI, las zonas centrales de España se han convertido en territorios semidesérticos. Como escribe Cruz, un alto funcionario del Gobierno, en un discurso que prepara: En nuestro país el clima se ha hecho extremo, sin duda, pero lo peor ha sido la caída constante de los índices de pluviometría. En el año 2000 la gente contaba aún con periodos de sequía y regímenes más o menos normales: Hoy, esa lluvia continuada es una rareza(…).
Ya entrados en el siglo XXII, los efectos del cambio climático (subidas del nivel del mar e intensificación de fenómenos meteorológicos extremos) han devorado, definitivamente, diferentes ciudades costeras del planeta, pero Bangkok, pese a su topografía, resiste gracias a que las bombas de carbón, los diques y la confianza ciega que profesan al visionario liderazgo de la dinastía Chakri les han ayudado a mantener a raya hasta la fecha lo que ya ha devorado Nueva York y Rangún, Bombay y Nueva Orleans(…)
Como señalaba en mi anterior entrada, “Narrativas y límites planetarios”, cada vez se encuentran más referencias, dentro de la novela, que reflejan los conflictos ambientales y, recientemente, se ha puesto nombre a un nuevo subgénero dentro de la ficción: la “ficción climática” (CliFi en inglés).
Sin embargo, tiene poco de ficción el calor que muestra Rafael Chirbes en Crematorio (2007), la obra que protagoniza Rubén Bertomeu (calor que estamos experimentando en España y en el mundo en este año 2015); y tampoco parece ficción lo que sucede, esas pautas en las precipitaciones que cambian, en esas comunidades rurales de Tennessee descritas por Barbara Kingsolver en Conducta migratoria (2012), novela que algunos califican como la mejor que se ha escrito sobre el cambio climático hasta el momento; igualmente, es muy real la actitud conservadora de los inversores que transmite Ian McEwan en Solar (2010).
A la vista de los resultados de la Cumbre del clima celebrada en Paris (un milagro si lo comparamos con lo que podría haber sido y un desastre si lo comparamos con que debería haber sido escribía George Monbiot en su columna de The Guardian), lo sucedido con las negociaciones de los últimos años y lo que suceda en los próximos podría ajustarse a lo que anticipaba Mathew Glass en Ultimatum (2009). Y parece que van a ser reales los millones de reubicados (desplazados) climáticos que sugiere el mismo autor. A todas esas ciudades parcialmente inundadas, que enuncia Roberto Bacigalupi en La chica mecánica (2009 ), se refiere un reciente informe sobre los potenciales afectados por los efectos en la subida del nivel del mar en las ciudades costeras del planeta (si solo subiera 2ºC la temperatura sobre los niveles preindustriales, se baraja una cifra de entre 130 y 458 millones de personas). El clima de nuestro país, sin duda, se hace cada vez más extremo, de manera que el futuro que adelanta José Ardillo en El salario del gigante (2011) resulta probable.
Pese a lo acordado en París (las valoraciones, como siempre, abarcan un amplio espectro), los compromisos de reducción de emisiones presentados voluntariamente por los países ante Naciones Unidas nos conducen, si es que se cumplen, a un escenario de entre casi tres grados y tres grados y pico, (muy alejado de esos 2ºC o 1,5ºC recogidos en el texto final).
Así que cabe preguntarse: ¿Cuánto tiene de ficción la ya denominada “ficción climática”? Y, lo que es más importante, y a la vista de las dificultades y la lentitud para tomar medidas eficaces contra el cambio climático: ¿Puede la narrativa ayudarnos a sensibilizar y comunicar mejor para alentar a un cambio más rápido? ¿Cala más profundamente, entre los ciudadanos de a pie, una buena novela que, por ejemplo, los informes del Panel Internacional sobre Cambio Climático?
En un debate sobre la ficción climática que promovió el año pasado el New York Times, Heidi Cullen, jefa científica de Climate Central y profesora visitante en la Universidad de Princeton, escribía:
Como científica climática, soy extremadamente consciente de que los hechos no son suficientes para alcanzar a la mayoría de la población cuando se trata del cambio climático. El modelo del déficit de comunicación de la Ciencia – solo si comprendes los hechos, entonces entenderás que el cambio climático es una amenaza urgente- no funciona a la hora de hacer a gente actuar. Para muchos, el cambio climático es algo distante, tanto en el tiempo como en el espacio. Entonces, es ahí donde la narrativa aparece…
Nota: Casi todas las novelas mencionadas han pasado este año por el Ecoclub de lectura.
Raquel Martínez-Gómez
Imposible no estar presente cuando estamos ya instalados en las consecuencias de nuestra propia destrucción. Construyamos desde todos los lados. Fundamental estar en narraciones que sean capaces de llegar y conmover. Gracias Nacho otra vez por la reflexión y los apuntes literarios.
Autor invitado: Ignacio Santos
¡Muchas gracias a ti, Raquel, por acogerme en tu blog! Y por el comentario…
Espero estar a la altura de tus entradas, de las de tus otros invitados y de la blogosfera de la plataforma 2015y+ …
Pilar Lozano Mijares
Gracias por la reflexión. Te puedo asegurar que sí sirve la literatura como herramienta para concienciar de cuestiones ambientales. Fue mi caso con la novela de Ardillo en el Ecoclub: la literatura (no solo la narrativa) tiene mucho que ofrecer a las personas que, como yo, somos ajenas a los informes y los datos científicos. Eso sí, siempre que la calidad estética de la escritura no se vea mermada al ponerse al servicio de las ideas.
Autor invitado: Ignacio Santos
¡Gracias por tu comentario, Pilar! Coincido contigo en lo de «sí sirve» y también en lo relativo a la calidad literaria… pero me entran las dudas al vislumbrar un mundo donde se lee cada vez menos…
Siempre nos quedará la narrativa vía lo audiovisual…
Adela López Caulín
No te parece Raquel que si educáramos desde la escuela a esos niños que un día serán adultos y responsables de todo lo que acontece en nuestro mundo, con sus múltiples decisiones, sería la manera más eficaz de atajar no solo el cambio climático sino también las guerras? ¿ No podríamos mejorar la educación y fundamentarla en valores que sean comunes a todos?.
Creo que todavía estamos a tiempo,
Autor invitado: Ignacio Santos
Sin duda, la educación (para la sostenibilidad en este caso) es una pieza fundamental… y complementaria con otras que permitan afrontar con urgencia algunos temas…
¡Gracias por tu comentario, Adela!