COP21: La agricultura que calienta el mundo se suma al baile

Quedan pocas semanas para que se celebre en París la próxima Cumbre del Clima, la COP21. Más de 190 Estados se dan cita como miembros de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático. Entre sus objetivos: tomar medidas que contengan el aumento de temperatura bajo el límite de 2ºC. Un límite que no todo el mundo comparte. Desde foros alternativos como la Cumbre de las Pueblos se defiende, sin embargo, que cualquier objetivo por encima de los 1,5ºC no está asumiendo la gravedad de los riesgos que corremos. En este sentido, el debate gira en torno a qué temperatura nos haría alcanzar el llamado punto de no retorno, con cambios irreversibles en nuestras condiciones climáticas. Es posible que al oír la expresión “punto de no retorno” sientas tanta inquietud como escepticismo te produce la sucesión anual de grandes cumbres climáticas. Ninguna de las dos sensaciones te debería extrañar.

Resulta difícil depositar confianza en una cumbre que es la continuación de una sucesión de negociaciones fracasadas. A la falta de ambición en los objetivos de reducción de emisiones, se suma el escaso interés en hacer que estos sean de obligado cumplimiento. Por otro lado, las soluciones que proponen se caracterizan por estar desvinculadas de las causas que originan el problema. El eterno e infructuoso combate a los síntomas, pasando por alto el origen de la enfermedad. En el catálogo de los falsos remedios que se presentarán este año en París nos encontramos con dos grandes proyectos de geoingeniería (captura-almacenamiento de carbono y manejo de radiación solar) de los que no existen pruebas concluyentes sobre su viabilidad o impacto. Una vez más, no habrá ni rastro de medidas vinculantes sobre las industrias que más contribuyen a la aceleración del cambio climático.

Si nos pidieran nombrar a los sectores que más están profundizando la crisis climática con sus emisiones, seguramente nos pasarían por la cabeza industrias como la energética o el sector del transporte. Poca gente se acordaría de la actividad agrícola. Sin embargo, dependiendo de cómo construyamos los inventarios, el sistema alimentario puede llegar a ser el sector con más peso en la emisión de gases de efecto invernadero. Durante algunos años se ha afirmado que la agricultura contribuye en algún punto entre el 11 y el 15% de las emisiones globales. Aún así, existía la sensación de que estos datos infravaloraban su verdadero aporte. Desde 2006 el panel de expertos de la ONU (el IPCC) decidió generar una nueva categoría que no solo incluyera la agricultura sino que también considerara otros usos del suelo relacionados como la silvicultura o las actividades forestales (ver figura 3, pág. 10). Desde entonces, actividades agrarias y otros usos del suelo pasaron a representar un 24% de las emisiones globales. Y aún así, al no expandir el foco más allá del lugar de producción, estas cifras siguen sin ofrecer una idea precisa del impacto real. Si en lugar de hablar de prácticas agrarias consideramos todo el sistema alimentario, nos encontraremos con que este es responsable de cerca de la mitad de las emisiones totales de gases de efecto invernadero.

Entre un 44% y un 57% de las emisiones de gases proceden del sistema alimentario global. Estas son las estimaciones recogidas por la organización internacional GRAIN, al atender a cada uno de los pasos vinculados a la producción agroindustrial de alimentos. Repasemos cada eslabón. Sin duda, el más cruento sucede en la deforestación previa al cultivo: entre 15-18% de las emisiones. No es de extrañar si consideramos que la expansión de la frontera agrícola es responsable de un 70-90% de la deforestación mundial. Más de la mitad de este desmonte se produce para obtener mercancías agrícolas de exportación. Siguiente paso: los procesos agrícolas en sí mismos. Como ya hemos comentado, entre un 11-15%. Después, el transporte. En los análisis más conservadores una cuarta parte de las emisiones de este sector se producen para el tránsito de alimentos (5-6% del total de las emisiones globales). El procesamiento y empacado de alimentos suma un 8-10% de los gases de efecto invernadero. En quinto lugar, el mantenimiento de la “cadena de frío” para controlar la temperatura hasta llegar a los establecimientos de la gran distribución y la venta en estos, del 2 al 4%. Por último, el desperdicio de alimentos. Con un descarte de casi la mitad de toda la comida que se produce, el sistema alimentario genera en este eslabón un 3-4% de las emisiones globales. No existe otro sector que a lo largo de todo su ciclo contribuya con tales cantidades de emisiones.

A pesar de estas cifras, en la agenda de París’15 no se menciona la necesidad de cambiar el modelo impulsado por el sistema agroalimentario industrial. Todo lo contrario. Cuando se trate de abordar la relación entre agricultura y cambio climático se hará de la mano de la “Alianza Global para la Agricultura Climáticamente Inteligente”. Este panel intergubernamental, auspiciado por la FAO y el Banco Mundial, ha conseguido posicionarse como el interlocutor principal del establishment en esta materia. El sistema agroindustrial ha descubierto la mejor manera de neutralizar cualquier debate crítico con sus prácticas: proponerse a sí mismo como solución bajo el disfraz de un concepto de difícil definición. Resulta complicado encontrar una aproximación precisa que ayude a entender qué es eso que llaman “agricultura climáticamente inteligente”… y ahí radica parte de su éxito. Quizá lo más útil para conocer su fundamento sea echar un vistazo a la lista de promotores: un 60% de los miembros privados de la Alianza proceden de la industria de los fertilizantes. Sabiendo esto ya no extraña tanto que entre sus manuales de prácticas exitosas aparezcan proyectos que potencian el uso de agrotóxicos o de transgénicos. Con esta Alianza, el sector agroindustrial ha encontrado su Caballo de Troya con el que introducirse en los salones de París’15.

Ahora que la agricultura y la alimentación pueden convertirse en protagonistas del debate y la lucha contra el cambio climático, es crucial que la confusión interesada de términos no nos lleve a desviar las propuestas hacia quienes están acelerando el problema. La “agricultura climáticamente inteligente” está en las antípodas de ofrecer los beneficios asociados a la agroecología de base campesina. Es la agricultura campesina la que favorece prácticas agroecológicas como la diversificación de cultivos, la integración de árboles y vegetación silvestre en el campo de cultivo o el aprovechamiento de insumos propios para evitar la compra de agrotóxicos. Según datos de GRAIN, la suma de todas estas prácticas puede compensar un 24-30% de todas las emisiones actuales de efecto invernadero. El impacto de un cambio de modelo agroindustrial a uno agroecológico todavía tiene más margen de mejora. Si a estas prácticas en la zona de cultivo se les dota de circuitos de comercialización locales, si se favorecen dietas basadas en alimentos frescos y si se reduce el peso cárnico de nuestra alimentación, la disminución de emisiones puede ser todavía mayor. Recordemos que no estamos hablando de un sector más, sino de la actividad que más contribuye a las emisiones de efecto invernadero. Quien dice que no ve soluciones a la crisis climática a través de la praxis agroecológica es porque no ve la posibilidad de apropiarse de ella. En las prácticas y saberes que la población campesina lleva cultivando por generaciones está la llave que puede enfriar el planeta.

Pepe Ruiz Osoro

Ambientólogo y periodista. Participo, investigo, curioseo, trabajo, encuentro mi fuente de energía en los grupos y experiencias que apuestan por poner la vida en el centro. Disfruto amasando ideas en colectivo para ver qué forma va teniendo eso que llamamos Soberanía Alimentaria. Al voleo también está en twitter. ¡Síguenos aquí!.

Pepe Ruiz Osoro
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2 Comentarios

  1. Gracias Pepe, muy necesario. Sin duda la agenda que viene presume de estar más integrada, pero sin estos datos y su difusión no podremos entender el alcance de las contradicciones y sus desaciertos.

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Sobre este blog: Al voleo. Dícese de la forma de siembra campesina en la que se arrojan puñados de semillas al aire. Hablaremos de las que ya están germinando. Y de los obstáculos que mantienen a otras aletargadas. Un espacio para pensar en ingredientes que nos faciliten construir alternativas sostenibles y vidas vivibles.